lunes, 6 de agosto de 2018

Viernes 3 y Sábado 4 - El valle del deporte (Panticosa)

Después del atracón de naturaleza de ayer, hoy toca cambiar de base, y hasta de comunidad autónoma (aún no de país). Así que hacemos el equipaje y nos despedimos del hotel L'Aüt... pero todavía no de Erill la Vall, porque aún no habíamos visitado su Iglesia, ni el Centro de Interpretación del Románico.

Este centro es un bienintencionado esfuerzo de describir la época en la que los poderes feudales y eclesiásticos decidieron edificar estos templos reclutando maestros de obra en Lombardía tras un viaje a Roma. Pero solamente tiene un par de videos y resulta un poco limitado.

En cambio la iglesia de Santa Eulalia, aunque no llega al nivel mítico de Sant Climent, tiene su atractivo; no solamente por el edificio en sí (sobre todo el campanario), sino porque en el coro tiene una modesta exposición de retablos muy bien explicados.


 
 
 

Luego visitamos la iglesia de Sant Joan en Boí (el abono que sacamos era para tres iglesias y el Centro - y la pela es la pela!), también con campanario alto y orgulloso, y una buena exposición interior.



Y una vez saciada la sed cultural y espiritual, salimos finalmente hacia la comunidad de Aragón y el valle de Tena. El viaje no fue tan largo y tortuoso como el que nos llevó a Boí, pero también se llevó sus casi tres horas.
Llegamos al apartamento de El Pueyo de Jaca (un pueblito satélite de Panticosa) a las tres de la tarde, muertos de hambre. Dejamos las cosas y salimos a por alguno de los 'dos restaurantes a 40 metros' que nos indicó el espabilado hombre de la Recepción. Y en ambos pudimos confirmar que en estas regiones no dan de comer a las tres y media - es más, te miran como si vinieras de otro planeta.


Menos mal que para esta etapa teníamos un comodín: la valiosa ayuda de Elena y Quino, amigos que tienen casa en Panticosa, y que nos dieron todas las pistas necesarias por Whatsapp. Ante la emergencia alimenticia, enseguida nos dirigieron a Tramacastilla, el 'pueblo de restaurantes' de la zona, y específicamente a Berchiles, un sitio estupendo donde nos pusimos las botas con hamburguesas y ensaladas deliciosas en una terraza muy agradable como podeis ver.

Después de establecernos en el piso y hacer un poco de compra, decidimos aprovechar la segunda pista de nuestros cicerones remotos: la 'tirolina extreme' (el nombre ya se las trae) en Hoz de Jaca . Yo obviamente nunca he sido mucho de actividades extreme, pero uno no rechaza un consejo tan entusiasta.

Como se me murió el móvil en ese rato (nuestros problemas con Apple en este viaje llenarían un foro de usuarios de iPhone), os pongo una foto de otros atrevidos anónimos: baste decir que son 45 segundos, 1 kilómetro, de vértigo, velocidad y adrenalina... sobre todo al final cuando ves que llegas a una velocidad enorme y no ves mecanismo alguno que pueda evitar el choque fatal... Laura y Nico, que habían bajado ya, aún se ríen de mi gesto de pánico en ese final, y aseguran que gritaba '¡uy - uy!' antes del impacto con los muelles que te frenan sin problema ninguno.

Pasado el susto y la excitación que te hace hablar de él durante una hora, cenamos en casa para bajar el ritmo .


A la mañana siguiente volvimos a hacer uso de los consejos expertos, esta vez para correr Laura y yo por el camino que sube a Lanuza. Las vistas del embalse de Búbal y los picos que lo rodean son espectaculares. 




Una vez puestos en marcha los dos bellos durmientes (si les dejas solos, son capaces de dormir hasta las doce un día tras otro), hicimos uso del cuarto comodín: subir hasta más allá del embalse de Lanuza, la presa de la Sarra, y subir por el camino que lleva al refugio de Respomuso.

Como empezamos tarde (cuando nosotros subíamos, la mayoría de caminantes ya bajaba por el calor) ascendimos un rato, y vimos algunas cascadas fantásticas antes de bajar a darnos un baño en La Sarra. Allí comimos nuestros consabidos bocatas (y probablemente allí se gestó la gastroenteritis de los días siguientes).
 
Volvimos al apartamento para un rato de siesta tardía, y después nos dimos un paseo por Panticosa. El pueblo, y el valle entero, tiene un carácter especial: no lo pueblan tranquilos veraneantes jubilados como en Camprodón, ni turistas amantes del románico como en Boí, sino deportistas - en su mayoría parejas jóvenes con hijos pequeños, que marchan todos con las bicis, los bastones, las botas de trekking, las piraguas, los esquís en invierno, las tablas de padel surf, los parapentes, o cualquier otro accesorio que les permita hacer esfuerzo en la naturaleza, a ser posible de riesgo. Es un colectivo curiosamente homogéneo.

Para cenar queríamos explorar alguna otras sugerencia... pero ya es sábado 4 de Agosto, y hoy han llegado todos los veraneantes madrileños que faltaban - los sitios están petados y al final nos tenemos que 'sacrificar' (!!) y repetir en Berchiles. Eso sí, esta vez yo ya me tomo un sandwich mixto y agua con gas, porque la mezcla de fuet, gazpacho y agua de arroyo ha producido efectos letales en mi sistema digestivo. Me acuesto con escalofríos y sin intentar siquiera escribir un poco de este blog... menos mal que dormí como un tronco y me desperté ya casi recuperado! Pero eso lo escribiré mañana.
 

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