Esta mañana tengo nuevo compañero de caminata - ¡sí, es él!
El gran Quique (bueno, debería decir Kike con K según su ortografía vallekana) se anima a salir conmigo a patear las playas del Sardinero y los jardines de Piquío (¿o debería decir 'Pikío'?)
La mañana está incierta e incluso nos llueve un poco, pero como nos dice un gasolinero, se va a arreglar enseguida.
El desayuno del Santemar es como el hotel, del tipo masivo: sala enorme, cientos de personas, mucha cantidad y variedad. Pero resulta efectivo.
Bajando a desayunar, uno de los momentos del verano que se convierten en clásicos familiares - cuando se abre la puerta del ascensor, una señora tipo IMSERSO con una voz desagradable y un gesto hostil en las manos, gritando '¡Compleeeto!'. Bajamos un piso andando... y ahí está otra vez!
Decidimos pasar la mañana visitando la ciudad mientras despeja el cielo, y ganarnos la playa de la tarde. Empezamos, no podía ser de otra manera, por la sede del Santander en el Paseo de Pereda (al fin y al cabo, el Banco tiene cierta responsabilidad acerca de la existencia de los tres de la foto). Un recuerdo a don Emilio, el 'padrino' de la ciudad,
En el Paseo y en la Plaza Porticada (me parece mentira haber ido a algún concierto del Festival de Música hace treinta años, cuando no había Palacio de Festivales) hay un mercadillo de libros de ocasión, y otro de artesanía. Para mi sorpresa, entre uno y otro echamos más de una hora. Laura compra poesía, a Quique le cojo la Isla del Tesoro bilingüe (me mira raro)... y en donde la artesanía, nos gusta el Juego de la L, unas piezas de madera con las que se puede jugar en el coche.
Nos damos un paseo por el Mercado, y empezamos a descubrir uno de los fenómenos más destacados de las ciudades del norte: hay una cantidad desmesurada de heladerías (una cada cincuenta metros en el Paseo)... y lo que es peor, los paseantes que van tomando un helado parecen ser mayoría absoluta!
Después de asimilar un descubrimiento sociológico de tal magnitud, nos tomamos unas rabas en una terraza de Hernán Cortés, y volvemos al hotel. La tarde ya está estupenda, nos falta tiempo para bajar a la playa del Sardinero (bueno, Laura decide quedarse un rato a dormir la siesta)
La playa está fantástica, y surferos y bañistas compiten por las zonas que marcan los socorrista de la Cruz Roja (que, por cierto, en estas playas se ganan el sueldo colocando banderas de separación).
Como los últimos días no ha hecho bueno, el Sardinero está abarrotado, incluyendo un grupo de bañistas de época que celebran una despedida de soltera (aparentemente más inofensiva y menos alcohólica que lo que parece ser la moda de estos eventos hoy en día).
Cuando he mirado mi App de mareas, veía una pleamar de 4 metros a las siete, y no le presté mucha atención - pero la marea se convierte en la protagonista de la tarde, y acaba expulsando de la playa a media población. Nuestras toallas acaban caladas - menos mal que son del hotel! (una de las mejores características del Santemar, que me apresuro a agradecer en Booking)
Una vez secos y cambiados, enfilamos el coche de nuevo hacia el paseo de Pereda. Esta vez quiero llegar a la plaza de Cañadío, templo mitológico de nuestra juventud, con algunos de los mejores bares de la historia del mundo - no puedo evitar esta foto frente al Ventilador, el más legendario de todos, y mándarsela a las sisters, conocidas entonces como las esponjas del Cantábrco, nunca supe por qué.
Comprobamos que Santander no ha perdido su energético ambiente callejero: gente de todas las edades, bronceados, arreglados y alegres, que llenan todos (y digo bien: todos) los locales de Cañadío y alrededores.
Después de varios intentos, encontramos milagrosamente una mesa vacía en ... la Cruz Blanca! (sí, como la que acaba de cerrar en Goya - descanse en paz). Y acabamos cenando un tremendo surtido de salchichas, típico producto santanderino como todos sabeis.
La vuelta tiene su momento cómico-embarazoso: nos pasamos un cuarto de hora intentando encontrar el coche en el parking de Infantas, e incluso pido ayuda a un empleado porque la máquina no me lee la tarjeta... hasta que me dice que esa tarjeta no es de ese parking (?!). Y es que habíamos ido varias veces al centro, aparcando en Matías Montero o en Infantas, y no, no era allí.
Mientras volvemos a Matías Montero, los chicos explotan inmisericordes el declive senil de su padre (para eso están los hijos) - pero el puerto deportivo está precioso con la luna arriba, el palacio de Festivales al fondo, y los jóvenes burlones delante de mí - y me alegro de pasar una segunda noche en Santander. La ciudad ideal para un verano norteño, alegre, culta, vital y playera como ninguna... aunque sí, es cierto: aún no he conocido San Sebastián.
miércoles, 21 de septiembre de 2016
sábado, 10 de septiembre de 2016
Viernes 19: Camaleño - Santander
El paseo matutino en Lon es... casi inexistente. El pueblo está en plena montaña, y el camino se borra enseguida en el bosque. Así que Laura y yo volvemos... y nos dedicamos al desayuno rural con los chicos.
Salimos hacia el teleférico de Fuente Dé... pero lo mismo han hecho otras seiscientas personas, así que nos dan dos horas de espera. Una pena no poder subir los 800 metros hasta el mirador del Cable (la cabina encima de Laura en la foto), pero encontramos en el parador un pequeño museo del Oso Pardo cantábrico que resulta interesante como consolación.
Desandamos el desfiladero de la Hermida y paramos un rato en Santo Toribio de Liébana a visitar al Beato (aunque lo pillamos cerrado - seria fuera del horario laboral).
Así que seguimos camino, dejando la montaña y volviendo a la costa del Cantábrico para acercarnos a Santander
De camino recuerdo la cercanía de Santillana del Mar... pero sobre todo de Altamira. Vemos en Internet que el menor tiempo de espera para la 'neocueva' es a las tres de la tarde... justo la hora que es!
Así que allá que vamos. Y es una de las mejores sorpresas del camino: el museo es moderno y muy interesante para todos. Y la 'neocueva' (la reconstrucción de la protegida cueva original) es impresionante: la mano, primigenia, el caballo, el bisonte... Nos llevamos de la tienda unos cuantos libros sobre prehistoria y evolución, que espero que leamos (yo tengo uno en la mesilla que cojo algunas noches)
Finalmente llegamos a Santander a media tarde. Entramos en el Santemar, un clásico frente al Sardinero, y muy distinto a la casa de la abuelita en Camaleño. Tenemos una habitación familiar muy agradable, y nos tomamos un rato de descanso y conexión wifi.
Salimos a reconocer la costa recorriendo las playas del Sardinero, la Concha (¿pero eso no era en Sanse?), y el Camello (incluyo evidencia fotográfica de la razón de su nombre).
Y llegamos a la Magdalena mientras la tarde se ha puesto muy oscura y amenaza lluvia. Casi lo primero que vemos es la Isla de la Torre (o de los ratones) donde muchos de los Bravo intentamos aprender a navegar a vela hace ya... uf, muchos muchos años.
La Magdalena conserva su encanto señorial y decadente, sobre todo junto al Palacio, que ahora suena menos como sede de la Universidad veraniega. Y la vista de la bahía de Santander, con Somo y Pedreña al fondo y la isla de Mouro en primer plano, es tan cautivadora como ha sido siempre.
La sesión de saltos fotográficos frente al Palacio es entorpecida por la lluvia, y nos toca caminar deprisa hasta acabar cogiendo un taxi para volver al Santemar. Ya casi habíamos olvidado el clima cantábrico!
Una vez reconfortados por una ducha caliente y un rato de descanso en el hotel, salimos a cenar. Es el día del España - USA de baloncesto en los Juegos de Río, así que nos dejamos de sitios típicos o con encanto, y nos metemos en una pizzería del Paseo de Pereda con una buena pantalla de televisión.
Claramente es el reencuentro con la vida urbana después de casi dos días mas rurales y montañeros. Y los quesos lebaniegos están bien, pero la pizza Diablo y la ÑBA son una combinación imbatible!
Ha sido un día de recorrido muy variado: la casa de Camaleño, el museo del oso en Fuente Dé, Santo Toribio de Liébana, la cueva de Altamira, el Sardinero, la península de la Magdalena... y la lluvia en el Paseo de Pereda. Mañana hay novedad: por primera vez no saldremos hacia nuestro siguiente destino, sino que nos quedamos una segunda noche en Santander. Eso nos da una sensación de estabilidad hogareña que es casi un lujo (incluso hemos vaciado las maletas y metido la ropa en los armarios!).
Así que mañana... a disfrutar Santander, un amor de juventud que sigue ahí.
martes, 6 de septiembre de 2016
Jueves 18 - Gijón - Camaleño
La caminata mañanera de Gijón es por el cerro de Santa Catalina (con las nubes siguiendo amenazadoras la línea de la costa) y la playa de San Lorenzo, ahora muy grande con la marea baja, y aún vacía.
Al final de la bahía hay una plaza con una curiosa estatua a la madre del emigrante, despidiéndose en dirección al mar, que luego he visto que llaman 'la Loca'.
Una vez despertados los chicos a la vuelta del paseo, probamos el desayuno más olvidable del viaje, mientras vemos el consultorio de Las mañanas de la 1, que parece una costumbre regional (también estaba en el hotel de Foz)
Salimos de Gijón, no sin antes ver El Molinón, en dirección a los Picos de Europa. Esta es la única incursión en el interior, y sentimentalmente se debe a que los Picos fueron mi primera excursión de juventud, al acabar COU ('al acabar qué, papá?') - entonces el Interrail no era un 'must' como ahora. eso sí, fue una excursión de verdad, con tren, mochila, tienda de campaña y saco de dormir - cuando aún dejaban acampar en todos los sitios. Con el doctor Magel, Carlos Couce y Luisfer Robles (dónde andarán estos dos)
Muchos sitios que ver en los Picos - Laura sugiere Covadonga y los Lagos, y allá que vamos de mañana, sabiendo que dormimos al otro lado, en Camaleño cerca de Potes, ya en Cantabria.
Según pasamos por Arriondas y Cangas de Onís, se ve cada vez más turistas de otro tipo, de montaña y naturaleza más que playeros, mucha escuela de piraguas en el Sella. Y a medida que nos acercamos a Covadonga, el tráfico se espesa y se hace una lenta procesión. En Covadonga (la basilica siempre impresiona al verla aparecer entre montañas) es imposible aparcar - y a los Lagos sólo se puede subir en bus.
Nos damos la vuelta casi resignados... y entonces decidimos subir: aparcar el coche en uno de los aparcamientos disuasorios, y coger el bus a los Lagos - la mejor decisión del día, sin duda.
Media hora de subida en carretera estrecha y junto al precipicio (qué bien conducen los autobuseros), cruzándonos con otros buses y con ciclistas que han emulado a Perico y Marino Lejarreta (sí, soy de esa quinta).
Y después de la Huesera y los 'falsos llanos' (vaya concepto ciclista)... ahí están - los lagos de Enol y Ercina, que descubrimos asombrados en la Vuelta del 83.
No parece un paisaje español, sino alpino, de Heidi.
Hay cientos de personas, pero hay pradera y camino para todos. Eso tan trillado de redescubrir la naturaleza? Pues justo eso.
Y qué hacemos para comer?
Hay un merendero / restaurante junto a cada lago, con cola para sentarse a la mesa y comer platos asturianos: fabes, chorizo de la olla, cabrales, todo de dieta blanda, vamos.
Pero además, en la barra sirven bocatas kilométricos de lomo... a 3 euros! (y yo que pensé que abusarían del monopolio). Por 15 euros comemos los cuatro de miedo, sentados en el paraíso
Sentada estaba también la vaca con la que Laura traba amistad - no sé qué se decían (aunque Quique tiene otra visión de dicha vaca).
Yo les intento contar que en mi excursión del 83, una vaca del lago Enol se nos comió los filetes empanados de una tartera junto a la tienda de campaña - pero he de reconocer que la historia de la 'vaca caníbal' resulta poco creíble
Mientras el sol va ganando a la niebla, recorremos el camino que rodea los lagos, y que incluye una antigua mina con su vagoncito, y un pequeño centro de interpretación de los Picos de Europa, muy chulo. Lo cierto es que tienen todo el entorno de los Lagos muy bien cuidado, a pesar de la cantidad de visitantes.
Antes de coger el bus de bajada, ya ha abierto la tarde y desde el mirador se puede casi ver la costa (a la altura de Ribadesella, supongo)
Nos ponemos en marcha para rodear los Picos de Europa por el Norte hacia Potes y, al acercarnos por Cabrales... otro mito de juventud: el Naranjo de Bulnes, el Picu Urriellu. Voy parando en varios miradores donde cada vez se ve mejor, ante la impaciencia de los chicos - me siento el abuelo Cebolleta. Pero es que... a que es sobrecogedora esa silueta con la luz de tarde? (dejemos lo de 'troncopiramidal', que no les acabó de entusiasmar)
Una vez consigo dominar la obsesión por la fotografía compulsiva del Urriellu, entramos en el curso del Cares y pasamos por el agobiante desfiladero de la Hermida hasta llegar a Potes... que es como un pueblo turistico playero: atasco, lleno de turistas ruidosos y puestos de souvenirs.
Menos mal que en Booking no había plazas en Potes y sólo pude reservar en un pueblo cercano llamado Camaleño - mejor dicho, en un barrio de Camaleño de nombre Lon, donde está la Posada Las Espedillas: la típica casa rural de libro de texto, regentada por una abuelita encantadora (pero muy despierta)
Una vez instalados, la abuelita nos recomienda para cenar un sitio llamado Quesos y Cosas en un pueblecito cercano llamado Mogrovejo. Allí, en una terraza (un pueblo de 44 habitantes no se priva de un sitio fino con terraza) con vistas al valle de Liébana, hacemos una buena cata de quesos, de la que deducimos que el único que no nos gusta a ninguno es el ahumado.
Después de un día intenso, volvemos a la posada, y allí se nos aparece la abuelita omnipresente, que parece ajena pero todo lo ve.
Y todos a dormir, que no se oye un ruido.
Vaya cambio, desde el entorno urbano playero de Gijón! Esta incursión en el interior montañés ha estado bien.
Al final de la bahía hay una plaza con una curiosa estatua a la madre del emigrante, despidiéndose en dirección al mar, que luego he visto que llaman 'la Loca'.
Una vez despertados los chicos a la vuelta del paseo, probamos el desayuno más olvidable del viaje, mientras vemos el consultorio de Las mañanas de la 1, que parece una costumbre regional (también estaba en el hotel de Foz)
Salimos de Gijón, no sin antes ver El Molinón, en dirección a los Picos de Europa. Esta es la única incursión en el interior, y sentimentalmente se debe a que los Picos fueron mi primera excursión de juventud, al acabar COU ('al acabar qué, papá?') - entonces el Interrail no era un 'must' como ahora. eso sí, fue una excursión de verdad, con tren, mochila, tienda de campaña y saco de dormir - cuando aún dejaban acampar en todos los sitios. Con el doctor Magel, Carlos Couce y Luisfer Robles (dónde andarán estos dos)
Muchos sitios que ver en los Picos - Laura sugiere Covadonga y los Lagos, y allá que vamos de mañana, sabiendo que dormimos al otro lado, en Camaleño cerca de Potes, ya en Cantabria.
Según pasamos por Arriondas y Cangas de Onís, se ve cada vez más turistas de otro tipo, de montaña y naturaleza más que playeros, mucha escuela de piraguas en el Sella. Y a medida que nos acercamos a Covadonga, el tráfico se espesa y se hace una lenta procesión. En Covadonga (la basilica siempre impresiona al verla aparecer entre montañas) es imposible aparcar - y a los Lagos sólo se puede subir en bus.
Nos damos la vuelta casi resignados... y entonces decidimos subir: aparcar el coche en uno de los aparcamientos disuasorios, y coger el bus a los Lagos - la mejor decisión del día, sin duda.
Media hora de subida en carretera estrecha y junto al precipicio (qué bien conducen los autobuseros), cruzándonos con otros buses y con ciclistas que han emulado a Perico y Marino Lejarreta (sí, soy de esa quinta).
Y después de la Huesera y los 'falsos llanos' (vaya concepto ciclista)... ahí están - los lagos de Enol y Ercina, que descubrimos asombrados en la Vuelta del 83.
No parece un paisaje español, sino alpino, de Heidi.
Hay cientos de personas, pero hay pradera y camino para todos. Eso tan trillado de redescubrir la naturaleza? Pues justo eso.
Y qué hacemos para comer?
Hay un merendero / restaurante junto a cada lago, con cola para sentarse a la mesa y comer platos asturianos: fabes, chorizo de la olla, cabrales, todo de dieta blanda, vamos.
Pero además, en la barra sirven bocatas kilométricos de lomo... a 3 euros! (y yo que pensé que abusarían del monopolio). Por 15 euros comemos los cuatro de miedo, sentados en el paraíso
Sentada estaba también la vaca con la que Laura traba amistad - no sé qué se decían (aunque Quique tiene otra visión de dicha vaca).
Yo les intento contar que en mi excursión del 83, una vaca del lago Enol se nos comió los filetes empanados de una tartera junto a la tienda de campaña - pero he de reconocer que la historia de la 'vaca caníbal' resulta poco creíble
Mientras el sol va ganando a la niebla, recorremos el camino que rodea los lagos, y que incluye una antigua mina con su vagoncito, y un pequeño centro de interpretación de los Picos de Europa, muy chulo. Lo cierto es que tienen todo el entorno de los Lagos muy bien cuidado, a pesar de la cantidad de visitantes.
Antes de coger el bus de bajada, ya ha abierto la tarde y desde el mirador se puede casi ver la costa (a la altura de Ribadesella, supongo)
Nos ponemos en marcha para rodear los Picos de Europa por el Norte hacia Potes y, al acercarnos por Cabrales... otro mito de juventud: el Naranjo de Bulnes, el Picu Urriellu. Voy parando en varios miradores donde cada vez se ve mejor, ante la impaciencia de los chicos - me siento el abuelo Cebolleta. Pero es que... a que es sobrecogedora esa silueta con la luz de tarde? (dejemos lo de 'troncopiramidal', que no les acabó de entusiasmar)
Menos mal que en Booking no había plazas en Potes y sólo pude reservar en un pueblo cercano llamado Camaleño - mejor dicho, en un barrio de Camaleño de nombre Lon, donde está la Posada Las Espedillas: la típica casa rural de libro de texto, regentada por una abuelita encantadora (pero muy despierta)
Una vez instalados, la abuelita nos recomienda para cenar un sitio llamado Quesos y Cosas en un pueblecito cercano llamado Mogrovejo. Allí, en una terraza (un pueblo de 44 habitantes no se priva de un sitio fino con terraza) con vistas al valle de Liébana, hacemos una buena cata de quesos, de la que deducimos que el único que no nos gusta a ninguno es el ahumado.
Después de un día intenso, volvemos a la posada, y allí se nos aparece la abuelita omnipresente, que parece ajena pero todo lo ve.
Y todos a dormir, que no se oye un ruido.
Vaya cambio, desde el entorno urbano playero de Gijón! Esta incursión en el interior montañés ha estado bien.
lunes, 5 de septiembre de 2016
Miércoles 17: Foz - Gijón
Laura y yo salimos a caminar a las nueve mientras los chicos duermen (y eso ya lo haremos todos los días del tour)
El paseo marítimo es estupendo para caminar... incluso si el último par de kilómetros nos empieza a llover y llegamos al hotel empapados. Bienvenidos al Cantábrico gallego!
Después de una ducha reparadora, y de darnos todos unos cuantos golpes en los tobillos contra la base de la cama budista, comprobamos que el desayuno budista es parecido al cristiano (pero con el zumo de bote)
En Recepción preguntamos al marcharnos qué pueblos merecen la pena, y nos recomiendann uno junto a Ribadeo: Rinlo. Pues allá que vamos, de camino hacia Gijón.
Rinlo resulta ser un bonito pueblo de pescadores con casas de colores... pero lo mejor es la costa cantábrica (aún gallega), con un día de color invernal
Pensábamos simplemente rodear Ribadeo, y de repente... un descubrimiento casual y prodigioso al pasar una rotonda: tienen Decathlon!
Eso nos permite equiparnos para lo que en ese momento parecía que iba a ser una semana de tiempo cantábrico: aquí veis los chubasqueros a 3.95€ - estos de Decathlon no dejan de asombrarme.
Confiados ya por estar equipados para la lluvia, seguimos hacia Gijón, donde llegamos a la hora de comer. Nos cuesta encontrar el hotel Blue Santa Rosa, en pleno centro, porque el GPS insiste en meternos por una calle peatonal. Después de llamar a Recepción (que parecían estar acostumbrados a dar indicaciones a huéspedes perdidos) conseguimos llegar. El hotel está efectivamente en el centro de Gijón, una zona peatonal con muchas terrazas en la calle. Al parking del hotel se entra... con un ascensor para el coche (!) porque no hay sitio para rampas. Después de varios intentos (el coche es más ancho que el ascensor) desisto y lo llevo a un parking público.
El hotel es agradable aunque todo es pequeño: la recepción, el ascensor, las habitaciones.
Tras instalarnos bajamos a comer en una de las terrazas callejeras (muy gijonesa, pero curiosamente llamada Mayerling, como el crimen del archiduque austro-húngaro). Allí aparecen unos amigos de Laura de UCL, llegados desde la remota villa de Infiesto (de hermoso nombre también), y Laura pasa la tarde con ellos.
Mientras, los chicos nos vamos de excursión por Gijón - un descubrimiento, la verdad. Una ciudad agradable, muy abierta al mar, con un centro ilustrado y mucho ambiente.
La playa de San Lorenzo empieza con unas termas romanas (?) y una estatua de Octavio Augusto (??), que es escenario de apertura de sobres de cromos de la Liga. La playa, casi inexistente con marea alta, tiene un cierto aire vigués y un paseo marítimo muy agradable, que incluye una exposición de fotos de Sebastiao Salgado que llaman la atención (sobre todo las focas haciendo un selfie con dos millones de pingüinos detrás). Acabo de ver que la exposición cierra... hoy :-(
Luego nos subimos al cerro de Santa Catalina donde hay unas antiguas defensas de artillería, y una enorme obra de Chillida llamada 'Elogio del Horizonte' - hasta la mañana siguiente no me contaría Laura que si te pones debajo, se escucha el viento de un modo espectacular.
Allí en Santa Catalina, no sé por qué, nos pasamos una hora hablando de los inicios de las Guerras Mundiales, y también de la Guerra Civil. Curioso tema vacacional, pero mola. Para algo tienen que servir los tochos de Zweig y Beevor.
Al bajar nos encontramos con Laura, y después de un rato de descanso en el mini-hotel, salimos a cenar en una de las terrazas del centro. Buen ambiente, buenos pinchos (o eso nos parecía entonces a nosotros, antes de llegar a los santuarios vascos). Luego a ver un poco de juegos Olímpicos en el hotel, y a dormir
La foto del escanciador no viene a cuento, pero tenía que colocarla, no creéis?
En fin: que a mí Gijón me sonaba al Molinón y a industria... y lo cierto es que nos ha parecido un sitio chulo, animado, culto y con buena playa urbana - no está mal como descubrimiento! (ya solo le falta el sol)
El paseo marítimo es estupendo para caminar... incluso si el último par de kilómetros nos empieza a llover y llegamos al hotel empapados. Bienvenidos al Cantábrico gallego!
Después de una ducha reparadora, y de darnos todos unos cuantos golpes en los tobillos contra la base de la cama budista, comprobamos que el desayuno budista es parecido al cristiano (pero con el zumo de bote)
En Recepción preguntamos al marcharnos qué pueblos merecen la pena, y nos recomiendann uno junto a Ribadeo: Rinlo. Pues allá que vamos, de camino hacia Gijón.
Rinlo resulta ser un bonito pueblo de pescadores con casas de colores... pero lo mejor es la costa cantábrica (aún gallega), con un día de color invernal
Pensábamos simplemente rodear Ribadeo, y de repente... un descubrimiento casual y prodigioso al pasar una rotonda: tienen Decathlon!
Eso nos permite equiparnos para lo que en ese momento parecía que iba a ser una semana de tiempo cantábrico: aquí veis los chubasqueros a 3.95€ - estos de Decathlon no dejan de asombrarme.
Confiados ya por estar equipados para la lluvia, seguimos hacia Gijón, donde llegamos a la hora de comer. Nos cuesta encontrar el hotel Blue Santa Rosa, en pleno centro, porque el GPS insiste en meternos por una calle peatonal. Después de llamar a Recepción (que parecían estar acostumbrados a dar indicaciones a huéspedes perdidos) conseguimos llegar. El hotel está efectivamente en el centro de Gijón, una zona peatonal con muchas terrazas en la calle. Al parking del hotel se entra... con un ascensor para el coche (!) porque no hay sitio para rampas. Después de varios intentos (el coche es más ancho que el ascensor) desisto y lo llevo a un parking público.
El hotel es agradable aunque todo es pequeño: la recepción, el ascensor, las habitaciones.
Tras instalarnos bajamos a comer en una de las terrazas callejeras (muy gijonesa, pero curiosamente llamada Mayerling, como el crimen del archiduque austro-húngaro). Allí aparecen unos amigos de Laura de UCL, llegados desde la remota villa de Infiesto (de hermoso nombre también), y Laura pasa la tarde con ellos.
Mientras, los chicos nos vamos de excursión por Gijón - un descubrimiento, la verdad. Una ciudad agradable, muy abierta al mar, con un centro ilustrado y mucho ambiente.
La playa de San Lorenzo empieza con unas termas romanas (?) y una estatua de Octavio Augusto (??), que es escenario de apertura de sobres de cromos de la Liga. La playa, casi inexistente con marea alta, tiene un cierto aire vigués y un paseo marítimo muy agradable, que incluye una exposición de fotos de Sebastiao Salgado que llaman la atención (sobre todo las focas haciendo un selfie con dos millones de pingüinos detrás). Acabo de ver que la exposición cierra... hoy :-(
Luego nos subimos al cerro de Santa Catalina donde hay unas antiguas defensas de artillería, y una enorme obra de Chillida llamada 'Elogio del Horizonte' - hasta la mañana siguiente no me contaría Laura que si te pones debajo, se escucha el viento de un modo espectacular.
Allí en Santa Catalina, no sé por qué, nos pasamos una hora hablando de los inicios de las Guerras Mundiales, y también de la Guerra Civil. Curioso tema vacacional, pero mola. Para algo tienen que servir los tochos de Zweig y Beevor.
Al bajar nos encontramos con Laura, y después de un rato de descanso en el mini-hotel, salimos a cenar en una de las terrazas del centro. Buen ambiente, buenos pinchos (o eso nos parecía entonces a nosotros, antes de llegar a los santuarios vascos). Luego a ver un poco de juegos Olímpicos en el hotel, y a dormir
La foto del escanciador no viene a cuento, pero tenía que colocarla, no creéis?
En fin: que a mí Gijón me sonaba al Molinón y a industria... y lo cierto es que nos ha parecido un sitio chulo, animado, culto y con buena playa urbana - no está mal como descubrimiento! (ya solo le falta el sol)
viernes, 2 de septiembre de 2016
Martes 16. Canido - Foz
Salimos a las once de Canido. Nublado pero agradable. Un par de horas por la A-9 pasando por Santiago y Coruña, muchos molinos en los montes de Lugo bajando hacia la costa.
En Foz, un par de intentos hasta dar con la carretera correcta, y llegamos al Spa Mundo Buda. El nombre refleja muy bien el interior: velas, ambiente zen, figuras de Buda en todas partes. La pregunta es, ¿cómo es que has reservado este sitio, papá?
La habitación cuádruple es grande, con una peculiar mezcla de decoración budista y máquinas de gimnasio.
Ah, la cama principal tiene una plataforma como base con la que te tropiezas una y otra vez. Eso sí, muy buenas vistas hacia la costa
Comemos unas hamburguesas (mal comienzo) en el puerto de Foz. Buen ambiente en la plaza, un parque con pavos reales. De vuelta hacia el hotel, damos una vuelta por la costa, y hay un paseo marítimo precioso (curiosamente, me recuerda a Half Moon Bay, 8 años atrás en este blog).
Exploramos y encontramos un par de playas estupendas para pasar la tarde - la playa de Llás es como Aldán pero en mar abierto. El agua está bien fría (se nota por las dudas al entrar, no?). Después, la tentación de echar unos tiros se impone. Detrás había un estupendo partido de voley playa, nivel olímpico. La playa es grande, tranquila, y muy bonita.
Y al volver al hotel... tenemos que probar el spa, claro!. Primero nos equipamos con el albornoz y el gorrito que nos han dado en recepción - obsérvese el Buda en la pared, de ahí el gesto de meditación. El spa es... un spa. Divertido un rato
Sabemos que la playa de As Catedrais tiene control de acceso, y que no tiene plazas libres hasta dentro de una semana... pero nos animamos a acercarnos para verla aunque sea de lejos. Pues esa será la primera confirmación del clásico 'never give up': al llegar, cayendo la tarde con marea baja, vemos que no hay control ninguno... y el sitio es sobrecogedor (incluso lleno de visitantes). Primera panorámica...y primer salto
Se nos hace de noche en la playa, pero se hace difícil marcharse y dejar de ver ese espectáculo, sobre todo cuando sale la luna. Cuando se ven estos paisajes en los anuncios de la Vuelta, uno no se imagina la impresión de estar ahí
Cuando conseguimos movernos, volvemos a Foz y cenamos en el pueblo. Al volver al Spa Mundo Buda (sí, vaya nombrecito), pienso que para un primer día no ha estado nada mal. Después de darnos unos cuantos golpes con la base de la cama budista, caemos renndidos en esa habitación mezcla de colores pop, figuras de Buda y aparatos de fitness.
Esto empieza bien.
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