Recupero compañera de marcha matutina, y allá que vamos Sardinero Uno, Sardinero Dos, Magdalena y vuelta al hotel, a nuestro ritmillo de 9:25 el kilómetro. A esas horas ya hay un grupo de cuarentones (el mismo de ayer) jugando al fútbol con porterías y todo (clavadas por ellos). La mañana también se presenta nubosa y amenazante... pero luego abrirá, como estos días. Lo que viene siendo el Cantábrico en su versión benigna.
Después del desayuno industrial y de despedirnos del Santemar, vamos... a misa. Tenemos al lado la parroquia de San Roque y hay misa de doce, así que en una hábil maniobra ayudada por el factor sorpresa, consigo meterlos en una iglesia grande y atestada de locales y turistas.
Por fin nos ponemos en camino hacia Bilbao. Como ya es casi la una, y Bilbao hay mucho que ver pero sólo nos quedamos una noche, nos dejamos de rodeos y cogemos la A-8. Nada más salir de la ciudad, vemos el flamante CPD (Centro de Proceso de Datos), que el Banco Santander ha construido cerca de Solares. Como ese banco y su otro CPD de Madrid han tenido bastante influencia en estos tres jovencitos (por parte de madre y de padre), no podemos evitar obtener evidencia gráfica aunque sea desde el el coche.
Llegamos enseguida a Bilbao. Yo he estado unas cuantas veces, pero sólo por trabajo: en los tiempos de Vodafone por el centro de desarrollo de Zamudio, y luego alguna charla que dimos en el palacio Euskalduna; pero todo visitas en el día, ningún conocimiento de la ciudad. Antes de entrar, aprovechamos para hablar con Felipe, el cuñado Colavidas que se había pasado una temporada en el polo norte. Quedamos con él para la tarde, y nos recomienda el pequeño museo de Bellas Artes y la zona de Poza para comer algo.
El hotel NH Deusto es...un NH de libro. Todo moderno y limpio, sin demasiado encanto pero correcto y bien situado junto al puente de Deusto y la Comercial. Llegamos a las dos, y un cuarto de hora después ya estamos pisando la orilla de la Ría, a ver si aprovechamos el tiempo antes de picar algo. Los chicos quieren ir al nuevo San Mamés como principal destino de peregrinación, pero conseguimos convencerles de ir en sentido contrario, y de repente... aaahhh, aparece la brillante nave espacial que se posó en la Ría,y transformó Bilbao hace veinte años .
Sí, ya sé que el Guggen está muy visto, le hace fotos todo el mundo... pero es hipnótico, no te puedes resistir a mirarlo y fotografiarlo con todas las luces del día, desde todos los puntos, entero o por partes.
Esta es una primera toma de contacto, y todos nos dejamos un buen numero de megabytes con las primeras tomas del ovni. Bueno, no es un ovni: está vivo, es un pez con escamas de titanio.
Y luego además tiene sus satélites, que también dan bastante bien en la cámara - la araña de Louise Burgeois bajo el puente de La Salve (después he sabido que se llama 'Mamá', por tejer la tela de los afectos), o el Puppy de Jeff Koons: además, por coincidencia cósmica, nuestro amante canino lleva hoy la camiseta de 'Hairy Hungarians', no muy elegante pero a juego con el cachorro floral.
Como ya va siendo hora de comer, empezamos a caminar en dirección a Licenciado Poza, pero nada más empezar junto a la torre de Iberdrola vemos el Museo de Bellas Artes que nos dijo Felipe. Qué descubrimiento. Pequeño, tranquilo, una delicia. Además de una exposición de escultura hiperrealista (que está original pero da un poco de mal rollo porque parecen todos cadáveres reales), la exposición permanente está muy bien, y consigue interesar a los tres jóvenes a pesar del hambre que va haciendo ya.
Total - que para cuando salimos son ya las tres, y nos damos una buena caminata por las calles desiertas hasta llegar a la zona de bares de Poza. Valdrá la pena? Pronto salimos de dudas: sí, sí, y sí.
Escogemos una terracita con aspecto muy normal (Okela, se llama), pero al ir dentro a escoger los pintxos nos damos cuenta de que esto no es Madrid - esto de los Pintxos es serio.
Volvemos un rato al hotel a reponer fuerzas. Eso de las habitaciones comunicadas resulta muy práctico, la verdad.
Cuando estamos ya casi preparándonos, llama Felipe: su hermana se acaba de caer y están en el hospital, así que nos quedamos sin guía nativo. Y mira que nos hacía ilusión ver al esquimal....
De modo que a las seis nos ponemos de nuevo en marcha por la ribera. Y nada, imposible resistirse a la atracción fatal del ovni de Gehry. Además, la tarde está soleada y el brillo es hipnótico, así que nos hacemos muchas fotos desde el puente de Pedro Arrupe (luego algún@ me preguntará que por qué soy tan pesado con los encuadres :-)).
Esta vez seguimos hacia la parte vieja, y cada vez el paseo está más lleno de gente - y es que hoy empieza la Aste Nagusia, la Semana Grande! Pasamos frente a las choznas, las barracas temáticas donde reina el calimotxo y la estética borroka - por un momento parece que el tiempo se ha detenido hace veinte años, parece un Bilbao distinto al de Puppy.
Entre la multitud llegamos a la Plaza Nueva, donde hay una (inacabable) muestra de bailes regionales (no me voy a meter en el 'txarco' de intentar llamarlos por su nombre - solo reconozco el sonido del txistu). Laura y Kike (hoy sí voy a usar la ortografía que le gusta) se hacen con sendos pañuelos de las fiestas - Lurix, observadora ella como buena IB, me dice después que el dibujo del pañuelo es el mismo que el de las aceras de Bilbao (y tiene razón!)
Mucho ambiente. Caminamos sin rumbo por el Casco Viejo, pasamos una y otra vez por la Catedral de Santiago, el teatro Arriaga, unas curiosas calles con nombres primarios como la Pelota o el Perro, la imagen de la virgen de Begoña (recuerdos, M Lopez) en el centro cívico de la Bolsa.
Nos sentamos en una terraza de la Plaza Nueva a tomar una fanta y un cucurucho de croquetas.
Pero los Pintxos nos llaman... así que retomamos fuerzas, nos levantamos y encaminamos los pasos hacia... Poza! La verdad es que es una buena caminata, y llegamos cansados y con ánimo un poco plano. Menos mal que los pintxos merecen la pena, y nos dan fuerzas para cruzar de nuevo el puente de Deusto y llegar de vuelta al hotel.
Vaya paliza de día!! Hemos debido andar como quince kilómetros arriba y abajo. Menos mal que ahora hay consuelo: España se juega el bronce contra Australia en el basket de los juegos de Río - el plan ideal para ver desde la cama descansando los pies (en la habitación contigua domina la gimnasia).
Pues si, un descubrimiento, Bilbao: variada y llena de vida - y seguro que no es solo la Aste Nagusia. Habrá que volver en otra época para comprobarlo. Si no fuera porque mañana tenemos reserva en Donostia...
martes, 11 de octubre de 2016
miércoles, 21 de septiembre de 2016
Sabado 20: Santander
Esta mañana tengo nuevo compañero de caminata - ¡sí, es él!
El gran Quique (bueno, debería decir Kike con K según su ortografía vallekana) se anima a salir conmigo a patear las playas del Sardinero y los jardines de Piquío (¿o debería decir 'Pikío'?)
La mañana está incierta e incluso nos llueve un poco, pero como nos dice un gasolinero, se va a arreglar enseguida.
El desayuno del Santemar es como el hotel, del tipo masivo: sala enorme, cientos de personas, mucha cantidad y variedad. Pero resulta efectivo.
Bajando a desayunar, uno de los momentos del verano que se convierten en clásicos familiares - cuando se abre la puerta del ascensor, una señora tipo IMSERSO con una voz desagradable y un gesto hostil en las manos, gritando '¡Compleeeto!'. Bajamos un piso andando... y ahí está otra vez!
Decidimos pasar la mañana visitando la ciudad mientras despeja el cielo, y ganarnos la playa de la tarde. Empezamos, no podía ser de otra manera, por la sede del Santander en el Paseo de Pereda (al fin y al cabo, el Banco tiene cierta responsabilidad acerca de la existencia de los tres de la foto). Un recuerdo a don Emilio, el 'padrino' de la ciudad,
En el Paseo y en la Plaza Porticada (me parece mentira haber ido a algún concierto del Festival de Música hace treinta años, cuando no había Palacio de Festivales) hay un mercadillo de libros de ocasión, y otro de artesanía. Para mi sorpresa, entre uno y otro echamos más de una hora. Laura compra poesía, a Quique le cojo la Isla del Tesoro bilingüe (me mira raro)... y en donde la artesanía, nos gusta el Juego de la L, unas piezas de madera con las que se puede jugar en el coche.
Nos damos un paseo por el Mercado, y empezamos a descubrir uno de los fenómenos más destacados de las ciudades del norte: hay una cantidad desmesurada de heladerías (una cada cincuenta metros en el Paseo)... y lo que es peor, los paseantes que van tomando un helado parecen ser mayoría absoluta!
Después de asimilar un descubrimiento sociológico de tal magnitud, nos tomamos unas rabas en una terraza de Hernán Cortés, y volvemos al hotel. La tarde ya está estupenda, nos falta tiempo para bajar a la playa del Sardinero (bueno, Laura decide quedarse un rato a dormir la siesta)
La playa está fantástica, y surferos y bañistas compiten por las zonas que marcan los socorrista de la Cruz Roja (que, por cierto, en estas playas se ganan el sueldo colocando banderas de separación).
Como los últimos días no ha hecho bueno, el Sardinero está abarrotado, incluyendo un grupo de bañistas de época que celebran una despedida de soltera (aparentemente más inofensiva y menos alcohólica que lo que parece ser la moda de estos eventos hoy en día).
Cuando he mirado mi App de mareas, veía una pleamar de 4 metros a las siete, y no le presté mucha atención - pero la marea se convierte en la protagonista de la tarde, y acaba expulsando de la playa a media población. Nuestras toallas acaban caladas - menos mal que son del hotel! (una de las mejores características del Santemar, que me apresuro a agradecer en Booking)
Una vez secos y cambiados, enfilamos el coche de nuevo hacia el paseo de Pereda. Esta vez quiero llegar a la plaza de Cañadío, templo mitológico de nuestra juventud, con algunos de los mejores bares de la historia del mundo - no puedo evitar esta foto frente al Ventilador, el más legendario de todos, y mándarsela a las sisters, conocidas entonces como las esponjas del Cantábrco, nunca supe por qué.
Comprobamos que Santander no ha perdido su energético ambiente callejero: gente de todas las edades, bronceados, arreglados y alegres, que llenan todos (y digo bien: todos) los locales de Cañadío y alrededores.
Después de varios intentos, encontramos milagrosamente una mesa vacía en ... la Cruz Blanca! (sí, como la que acaba de cerrar en Goya - descanse en paz). Y acabamos cenando un tremendo surtido de salchichas, típico producto santanderino como todos sabeis.
La vuelta tiene su momento cómico-embarazoso: nos pasamos un cuarto de hora intentando encontrar el coche en el parking de Infantas, e incluso pido ayuda a un empleado porque la máquina no me lee la tarjeta... hasta que me dice que esa tarjeta no es de ese parking (?!). Y es que habíamos ido varias veces al centro, aparcando en Matías Montero o en Infantas, y no, no era allí.
Mientras volvemos a Matías Montero, los chicos explotan inmisericordes el declive senil de su padre (para eso están los hijos) - pero el puerto deportivo está precioso con la luna arriba, el palacio de Festivales al fondo, y los jóvenes burlones delante de mí - y me alegro de pasar una segunda noche en Santander. La ciudad ideal para un verano norteño, alegre, culta, vital y playera como ninguna... aunque sí, es cierto: aún no he conocido San Sebastián.
El gran Quique (bueno, debería decir Kike con K según su ortografía vallekana) se anima a salir conmigo a patear las playas del Sardinero y los jardines de Piquío (¿o debería decir 'Pikío'?)
La mañana está incierta e incluso nos llueve un poco, pero como nos dice un gasolinero, se va a arreglar enseguida.
El desayuno del Santemar es como el hotel, del tipo masivo: sala enorme, cientos de personas, mucha cantidad y variedad. Pero resulta efectivo.
Bajando a desayunar, uno de los momentos del verano que se convierten en clásicos familiares - cuando se abre la puerta del ascensor, una señora tipo IMSERSO con una voz desagradable y un gesto hostil en las manos, gritando '¡Compleeeto!'. Bajamos un piso andando... y ahí está otra vez!
Decidimos pasar la mañana visitando la ciudad mientras despeja el cielo, y ganarnos la playa de la tarde. Empezamos, no podía ser de otra manera, por la sede del Santander en el Paseo de Pereda (al fin y al cabo, el Banco tiene cierta responsabilidad acerca de la existencia de los tres de la foto). Un recuerdo a don Emilio, el 'padrino' de la ciudad,
En el Paseo y en la Plaza Porticada (me parece mentira haber ido a algún concierto del Festival de Música hace treinta años, cuando no había Palacio de Festivales) hay un mercadillo de libros de ocasión, y otro de artesanía. Para mi sorpresa, entre uno y otro echamos más de una hora. Laura compra poesía, a Quique le cojo la Isla del Tesoro bilingüe (me mira raro)... y en donde la artesanía, nos gusta el Juego de la L, unas piezas de madera con las que se puede jugar en el coche.
Nos damos un paseo por el Mercado, y empezamos a descubrir uno de los fenómenos más destacados de las ciudades del norte: hay una cantidad desmesurada de heladerías (una cada cincuenta metros en el Paseo)... y lo que es peor, los paseantes que van tomando un helado parecen ser mayoría absoluta!
Después de asimilar un descubrimiento sociológico de tal magnitud, nos tomamos unas rabas en una terraza de Hernán Cortés, y volvemos al hotel. La tarde ya está estupenda, nos falta tiempo para bajar a la playa del Sardinero (bueno, Laura decide quedarse un rato a dormir la siesta)
La playa está fantástica, y surferos y bañistas compiten por las zonas que marcan los socorrista de la Cruz Roja (que, por cierto, en estas playas se ganan el sueldo colocando banderas de separación).
Como los últimos días no ha hecho bueno, el Sardinero está abarrotado, incluyendo un grupo de bañistas de época que celebran una despedida de soltera (aparentemente más inofensiva y menos alcohólica que lo que parece ser la moda de estos eventos hoy en día).
Cuando he mirado mi App de mareas, veía una pleamar de 4 metros a las siete, y no le presté mucha atención - pero la marea se convierte en la protagonista de la tarde, y acaba expulsando de la playa a media población. Nuestras toallas acaban caladas - menos mal que son del hotel! (una de las mejores características del Santemar, que me apresuro a agradecer en Booking)
Una vez secos y cambiados, enfilamos el coche de nuevo hacia el paseo de Pereda. Esta vez quiero llegar a la plaza de Cañadío, templo mitológico de nuestra juventud, con algunos de los mejores bares de la historia del mundo - no puedo evitar esta foto frente al Ventilador, el más legendario de todos, y mándarsela a las sisters, conocidas entonces como las esponjas del Cantábrco, nunca supe por qué.
Comprobamos que Santander no ha perdido su energético ambiente callejero: gente de todas las edades, bronceados, arreglados y alegres, que llenan todos (y digo bien: todos) los locales de Cañadío y alrededores.
Después de varios intentos, encontramos milagrosamente una mesa vacía en ... la Cruz Blanca! (sí, como la que acaba de cerrar en Goya - descanse en paz). Y acabamos cenando un tremendo surtido de salchichas, típico producto santanderino como todos sabeis.
La vuelta tiene su momento cómico-embarazoso: nos pasamos un cuarto de hora intentando encontrar el coche en el parking de Infantas, e incluso pido ayuda a un empleado porque la máquina no me lee la tarjeta... hasta que me dice que esa tarjeta no es de ese parking (?!). Y es que habíamos ido varias veces al centro, aparcando en Matías Montero o en Infantas, y no, no era allí.
Mientras volvemos a Matías Montero, los chicos explotan inmisericordes el declive senil de su padre (para eso están los hijos) - pero el puerto deportivo está precioso con la luna arriba, el palacio de Festivales al fondo, y los jóvenes burlones delante de mí - y me alegro de pasar una segunda noche en Santander. La ciudad ideal para un verano norteño, alegre, culta, vital y playera como ninguna... aunque sí, es cierto: aún no he conocido San Sebastián.
sábado, 10 de septiembre de 2016
Viernes 19: Camaleño - Santander
El paseo matutino en Lon es... casi inexistente. El pueblo está en plena montaña, y el camino se borra enseguida en el bosque. Así que Laura y yo volvemos... y nos dedicamos al desayuno rural con los chicos.
Salimos hacia el teleférico de Fuente Dé... pero lo mismo han hecho otras seiscientas personas, así que nos dan dos horas de espera. Una pena no poder subir los 800 metros hasta el mirador del Cable (la cabina encima de Laura en la foto), pero encontramos en el parador un pequeño museo del Oso Pardo cantábrico que resulta interesante como consolación.
Desandamos el desfiladero de la Hermida y paramos un rato en Santo Toribio de Liébana a visitar al Beato (aunque lo pillamos cerrado - seria fuera del horario laboral).
Así que seguimos camino, dejando la montaña y volviendo a la costa del Cantábrico para acercarnos a Santander
De camino recuerdo la cercanía de Santillana del Mar... pero sobre todo de Altamira. Vemos en Internet que el menor tiempo de espera para la 'neocueva' es a las tres de la tarde... justo la hora que es!
Así que allá que vamos. Y es una de las mejores sorpresas del camino: el museo es moderno y muy interesante para todos. Y la 'neocueva' (la reconstrucción de la protegida cueva original) es impresionante: la mano, primigenia, el caballo, el bisonte... Nos llevamos de la tienda unos cuantos libros sobre prehistoria y evolución, que espero que leamos (yo tengo uno en la mesilla que cojo algunas noches)
Finalmente llegamos a Santander a media tarde. Entramos en el Santemar, un clásico frente al Sardinero, y muy distinto a la casa de la abuelita en Camaleño. Tenemos una habitación familiar muy agradable, y nos tomamos un rato de descanso y conexión wifi.
Salimos a reconocer la costa recorriendo las playas del Sardinero, la Concha (¿pero eso no era en Sanse?), y el Camello (incluyo evidencia fotográfica de la razón de su nombre).
Y llegamos a la Magdalena mientras la tarde se ha puesto muy oscura y amenaza lluvia. Casi lo primero que vemos es la Isla de la Torre (o de los ratones) donde muchos de los Bravo intentamos aprender a navegar a vela hace ya... uf, muchos muchos años.
La Magdalena conserva su encanto señorial y decadente, sobre todo junto al Palacio, que ahora suena menos como sede de la Universidad veraniega. Y la vista de la bahía de Santander, con Somo y Pedreña al fondo y la isla de Mouro en primer plano, es tan cautivadora como ha sido siempre.
La sesión de saltos fotográficos frente al Palacio es entorpecida por la lluvia, y nos toca caminar deprisa hasta acabar cogiendo un taxi para volver al Santemar. Ya casi habíamos olvidado el clima cantábrico!
Una vez reconfortados por una ducha caliente y un rato de descanso en el hotel, salimos a cenar. Es el día del España - USA de baloncesto en los Juegos de Río, así que nos dejamos de sitios típicos o con encanto, y nos metemos en una pizzería del Paseo de Pereda con una buena pantalla de televisión.
Claramente es el reencuentro con la vida urbana después de casi dos días mas rurales y montañeros. Y los quesos lebaniegos están bien, pero la pizza Diablo y la ÑBA son una combinación imbatible!
Ha sido un día de recorrido muy variado: la casa de Camaleño, el museo del oso en Fuente Dé, Santo Toribio de Liébana, la cueva de Altamira, el Sardinero, la península de la Magdalena... y la lluvia en el Paseo de Pereda. Mañana hay novedad: por primera vez no saldremos hacia nuestro siguiente destino, sino que nos quedamos una segunda noche en Santander. Eso nos da una sensación de estabilidad hogareña que es casi un lujo (incluso hemos vaciado las maletas y metido la ropa en los armarios!).
Así que mañana... a disfrutar Santander, un amor de juventud que sigue ahí.
martes, 6 de septiembre de 2016
Jueves 18 - Gijón - Camaleño
La caminata mañanera de Gijón es por el cerro de Santa Catalina (con las nubes siguiendo amenazadoras la línea de la costa) y la playa de San Lorenzo, ahora muy grande con la marea baja, y aún vacía.
Al final de la bahía hay una plaza con una curiosa estatua a la madre del emigrante, despidiéndose en dirección al mar, que luego he visto que llaman 'la Loca'.
Una vez despertados los chicos a la vuelta del paseo, probamos el desayuno más olvidable del viaje, mientras vemos el consultorio de Las mañanas de la 1, que parece una costumbre regional (también estaba en el hotel de Foz)
Salimos de Gijón, no sin antes ver El Molinón, en dirección a los Picos de Europa. Esta es la única incursión en el interior, y sentimentalmente se debe a que los Picos fueron mi primera excursión de juventud, al acabar COU ('al acabar qué, papá?') - entonces el Interrail no era un 'must' como ahora. eso sí, fue una excursión de verdad, con tren, mochila, tienda de campaña y saco de dormir - cuando aún dejaban acampar en todos los sitios. Con el doctor Magel, Carlos Couce y Luisfer Robles (dónde andarán estos dos)
Muchos sitios que ver en los Picos - Laura sugiere Covadonga y los Lagos, y allá que vamos de mañana, sabiendo que dormimos al otro lado, en Camaleño cerca de Potes, ya en Cantabria.
Según pasamos por Arriondas y Cangas de Onís, se ve cada vez más turistas de otro tipo, de montaña y naturaleza más que playeros, mucha escuela de piraguas en el Sella. Y a medida que nos acercamos a Covadonga, el tráfico se espesa y se hace una lenta procesión. En Covadonga (la basilica siempre impresiona al verla aparecer entre montañas) es imposible aparcar - y a los Lagos sólo se puede subir en bus.
Nos damos la vuelta casi resignados... y entonces decidimos subir: aparcar el coche en uno de los aparcamientos disuasorios, y coger el bus a los Lagos - la mejor decisión del día, sin duda.
Media hora de subida en carretera estrecha y junto al precipicio (qué bien conducen los autobuseros), cruzándonos con otros buses y con ciclistas que han emulado a Perico y Marino Lejarreta (sí, soy de esa quinta).
Y después de la Huesera y los 'falsos llanos' (vaya concepto ciclista)... ahí están - los lagos de Enol y Ercina, que descubrimos asombrados en la Vuelta del 83.
No parece un paisaje español, sino alpino, de Heidi.
Hay cientos de personas, pero hay pradera y camino para todos. Eso tan trillado de redescubrir la naturaleza? Pues justo eso.
Y qué hacemos para comer?
Hay un merendero / restaurante junto a cada lago, con cola para sentarse a la mesa y comer platos asturianos: fabes, chorizo de la olla, cabrales, todo de dieta blanda, vamos.
Pero además, en la barra sirven bocatas kilométricos de lomo... a 3 euros! (y yo que pensé que abusarían del monopolio). Por 15 euros comemos los cuatro de miedo, sentados en el paraíso
Sentada estaba también la vaca con la que Laura traba amistad - no sé qué se decían (aunque Quique tiene otra visión de dicha vaca).
Yo les intento contar que en mi excursión del 83, una vaca del lago Enol se nos comió los filetes empanados de una tartera junto a la tienda de campaña - pero he de reconocer que la historia de la 'vaca caníbal' resulta poco creíble
Mientras el sol va ganando a la niebla, recorremos el camino que rodea los lagos, y que incluye una antigua mina con su vagoncito, y un pequeño centro de interpretación de los Picos de Europa, muy chulo. Lo cierto es que tienen todo el entorno de los Lagos muy bien cuidado, a pesar de la cantidad de visitantes.
Antes de coger el bus de bajada, ya ha abierto la tarde y desde el mirador se puede casi ver la costa (a la altura de Ribadesella, supongo)
Nos ponemos en marcha para rodear los Picos de Europa por el Norte hacia Potes y, al acercarnos por Cabrales... otro mito de juventud: el Naranjo de Bulnes, el Picu Urriellu. Voy parando en varios miradores donde cada vez se ve mejor, ante la impaciencia de los chicos - me siento el abuelo Cebolleta. Pero es que... a que es sobrecogedora esa silueta con la luz de tarde? (dejemos lo de 'troncopiramidal', que no les acabó de entusiasmar)
Una vez consigo dominar la obsesión por la fotografía compulsiva del Urriellu, entramos en el curso del Cares y pasamos por el agobiante desfiladero de la Hermida hasta llegar a Potes... que es como un pueblo turistico playero: atasco, lleno de turistas ruidosos y puestos de souvenirs.
Menos mal que en Booking no había plazas en Potes y sólo pude reservar en un pueblo cercano llamado Camaleño - mejor dicho, en un barrio de Camaleño de nombre Lon, donde está la Posada Las Espedillas: la típica casa rural de libro de texto, regentada por una abuelita encantadora (pero muy despierta)
Una vez instalados, la abuelita nos recomienda para cenar un sitio llamado Quesos y Cosas en un pueblecito cercano llamado Mogrovejo. Allí, en una terraza (un pueblo de 44 habitantes no se priva de un sitio fino con terraza) con vistas al valle de Liébana, hacemos una buena cata de quesos, de la que deducimos que el único que no nos gusta a ninguno es el ahumado.
Después de un día intenso, volvemos a la posada, y allí se nos aparece la abuelita omnipresente, que parece ajena pero todo lo ve.
Y todos a dormir, que no se oye un ruido.
Vaya cambio, desde el entorno urbano playero de Gijón! Esta incursión en el interior montañés ha estado bien.
Al final de la bahía hay una plaza con una curiosa estatua a la madre del emigrante, despidiéndose en dirección al mar, que luego he visto que llaman 'la Loca'.
Una vez despertados los chicos a la vuelta del paseo, probamos el desayuno más olvidable del viaje, mientras vemos el consultorio de Las mañanas de la 1, que parece una costumbre regional (también estaba en el hotel de Foz)
Salimos de Gijón, no sin antes ver El Molinón, en dirección a los Picos de Europa. Esta es la única incursión en el interior, y sentimentalmente se debe a que los Picos fueron mi primera excursión de juventud, al acabar COU ('al acabar qué, papá?') - entonces el Interrail no era un 'must' como ahora. eso sí, fue una excursión de verdad, con tren, mochila, tienda de campaña y saco de dormir - cuando aún dejaban acampar en todos los sitios. Con el doctor Magel, Carlos Couce y Luisfer Robles (dónde andarán estos dos)
Muchos sitios que ver en los Picos - Laura sugiere Covadonga y los Lagos, y allá que vamos de mañana, sabiendo que dormimos al otro lado, en Camaleño cerca de Potes, ya en Cantabria.
Según pasamos por Arriondas y Cangas de Onís, se ve cada vez más turistas de otro tipo, de montaña y naturaleza más que playeros, mucha escuela de piraguas en el Sella. Y a medida que nos acercamos a Covadonga, el tráfico se espesa y se hace una lenta procesión. En Covadonga (la basilica siempre impresiona al verla aparecer entre montañas) es imposible aparcar - y a los Lagos sólo se puede subir en bus.
Nos damos la vuelta casi resignados... y entonces decidimos subir: aparcar el coche en uno de los aparcamientos disuasorios, y coger el bus a los Lagos - la mejor decisión del día, sin duda.
Media hora de subida en carretera estrecha y junto al precipicio (qué bien conducen los autobuseros), cruzándonos con otros buses y con ciclistas que han emulado a Perico y Marino Lejarreta (sí, soy de esa quinta).
Y después de la Huesera y los 'falsos llanos' (vaya concepto ciclista)... ahí están - los lagos de Enol y Ercina, que descubrimos asombrados en la Vuelta del 83.
No parece un paisaje español, sino alpino, de Heidi.
Hay cientos de personas, pero hay pradera y camino para todos. Eso tan trillado de redescubrir la naturaleza? Pues justo eso.
Y qué hacemos para comer?
Hay un merendero / restaurante junto a cada lago, con cola para sentarse a la mesa y comer platos asturianos: fabes, chorizo de la olla, cabrales, todo de dieta blanda, vamos.
Pero además, en la barra sirven bocatas kilométricos de lomo... a 3 euros! (y yo que pensé que abusarían del monopolio). Por 15 euros comemos los cuatro de miedo, sentados en el paraíso
Sentada estaba también la vaca con la que Laura traba amistad - no sé qué se decían (aunque Quique tiene otra visión de dicha vaca).
Yo les intento contar que en mi excursión del 83, una vaca del lago Enol se nos comió los filetes empanados de una tartera junto a la tienda de campaña - pero he de reconocer que la historia de la 'vaca caníbal' resulta poco creíble
Mientras el sol va ganando a la niebla, recorremos el camino que rodea los lagos, y que incluye una antigua mina con su vagoncito, y un pequeño centro de interpretación de los Picos de Europa, muy chulo. Lo cierto es que tienen todo el entorno de los Lagos muy bien cuidado, a pesar de la cantidad de visitantes.
Antes de coger el bus de bajada, ya ha abierto la tarde y desde el mirador se puede casi ver la costa (a la altura de Ribadesella, supongo)
Nos ponemos en marcha para rodear los Picos de Europa por el Norte hacia Potes y, al acercarnos por Cabrales... otro mito de juventud: el Naranjo de Bulnes, el Picu Urriellu. Voy parando en varios miradores donde cada vez se ve mejor, ante la impaciencia de los chicos - me siento el abuelo Cebolleta. Pero es que... a que es sobrecogedora esa silueta con la luz de tarde? (dejemos lo de 'troncopiramidal', que no les acabó de entusiasmar)
Menos mal que en Booking no había plazas en Potes y sólo pude reservar en un pueblo cercano llamado Camaleño - mejor dicho, en un barrio de Camaleño de nombre Lon, donde está la Posada Las Espedillas: la típica casa rural de libro de texto, regentada por una abuelita encantadora (pero muy despierta)
Una vez instalados, la abuelita nos recomienda para cenar un sitio llamado Quesos y Cosas en un pueblecito cercano llamado Mogrovejo. Allí, en una terraza (un pueblo de 44 habitantes no se priva de un sitio fino con terraza) con vistas al valle de Liébana, hacemos una buena cata de quesos, de la que deducimos que el único que no nos gusta a ninguno es el ahumado.
Después de un día intenso, volvemos a la posada, y allí se nos aparece la abuelita omnipresente, que parece ajena pero todo lo ve.
Y todos a dormir, que no se oye un ruido.
Vaya cambio, desde el entorno urbano playero de Gijón! Esta incursión en el interior montañés ha estado bien.
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